UNA BALA PARA SU RELOJ
Estaba cansado, José. Muchas horas pasado de rosca. Estos chimangos no tienen piedad, y tienen el poder de mentir por los satélites. Recuerda con tristeza a otro suicida. Quizás, lo único que lo emparente con Dardo Constantini, más allá de utilizar un arma de fuego para terminar sus días, sea que fue empujado a dispararse por factores externos.
A veces, las personas mueren antes de tiempo. El insomnio de José se marea entre cigarrillos con el estómago vacío y una radio que repite, dando como cierta, como puñetera prostituta, la versión macilenta del magnicidio, que ciertos personajes con intereses cuanto menos… sospechosos, como Patricio Cow y María Quijano, estaban haciendo circular desde temprano. Otra forma de utilizar la canillita de Pilatos.
Hace unos años, existía un hombre entre el pueblo, un hombre con el alma joven, llena de fuerzas, sueños, vigor, empatía, amor por el Otro. Vino a la ciudad con el objetivo de construir un espacio donde pudiera, además de plantar lo necesario para subsistir, poder transmitir su propio conocimiento a Otros para ir logrando desenchufarlos, de a poco, del Sistema.
El Sistema, decía en esa época, enfrascado en quijotescas luchas contra gigantescas ventanas en lenguaje binario, ventanas que, por otra parte, sólo hacían de leves puentes hacia un mundo completamente desconocido y oscuro, es como meter un aparato de grabación audiovisual al fondo más hondo del océano y de los tenues vistazos del desierto en el abismo contactar con la vida que siempre se abría paso, pero no sólo contactar, mediante la interpretación de la observación construir un corto castillo de lógica que la hegemonía cultural luego imponía como la más inocente visión científica.
Los programadores eran intérpretes tendenciosos, estudiaban en facultades de Ciencias Naturales extendidas a lo largo y a lo ancho de la urbe. Tenían una tarea necesaria, urgente, con la Realidad. Programaban las máquinas que traducían lenguajes. El del clima, por ejemplo. Habían otras máquinas que industrializaban la comida, también, o máquinas que intercambiaban tracción química en movimiento físico en los vehículos, a base de combustible hecho de huesos de animales viejos.
El hombre corrompiendo un ciclo, la historia de la Tierra. Contra ésos programadores luchaba el joven, que fue a seguir los pasos de Juan Arturo Rambó, yendo a buscar la patria en lo insondable, en la profundidad interminable de la Otredad, un poco por curiosidad, otro poco para avanzar en la lucha por reconstruir el mundo para no olvidar que es parte del circuito de la Tierra y no al revés.
Trabajaba a la inversa. Desprogramando. Desvistiendo de lenguajes la realidad. Decía que era una especie de poeta, echando pinceladas a las interacciones, construyendo otro tipo de puentes. Abría, no ventanas, puertas, puertas de percepción que permitían recomunicar un corazón con la matriz de las cosas, echaba otro tipo de semillas a la Tierra, semillas latientes, bombeantes, de líquidos calientes, de tejidos húmedos en los que podía crecer vida a través de la vida.
Pero se adelanta uno, al llegar este joven a la Ciudad sólo traía consigo a cuestas la curiosidad y el deseo de ayudar al Otro. Se fue formando, armándose de herramientas para poder entender el funcionamiento de ciertas máquinas, su mecanismo de interacción más íntimo, físico-químico, electrolítico, que permitía ciertos actos o materializaciones que algunos daban hasta por sentado, o atribuían al misterio divino, a la magia o al ingenio.
Consiguió al llegar un laburito precario, en la fábrica provincial de puentes. Como para interiorizarse. Encontró que la construcción de un puente con todas las letras había avanzado mucho en complejidad y estética una vez que el hombre comenzó a comprender que era mucho más que extender los pasos a través de un tronco caído a lo largo de un arroyuelo o un hueco hacia el vacío.
Necesariamente, algunos árboles caían en específicos lugares a lo largo de la naturaleza, siguiendo lo que más tarde descubrieron avanzados estudiosos como precisos algoritmos arquitectónicos urbanos, para acortar el paso entre regiones. Algunos quisieron ver en este descubrimiento el indicio por el cual podrían identificar finalmente qué mierda había sido de Dios, aunque al otro lado del puente las investigaciones posteriores no arrojaron resultados visibles, al menos para la gran mayoría de la masa popular. De todas formas, pensaba el joven, habían muchas cosas para desandar en el trayecto de investigar el crecimiento y desarrollo natural y artificial de los puentes. Lo que se dio en llamar puentología.
Rolando Fava aprendió lo que pudo desde el humilde puesto de catalogador de puentes, viajando a lo largo y a lo ancho de la provincia, recorriendo bulliciosos poblados y ciudades pero también recónditos parajes de los que se habían borrado hasta los rastros de los más añejos caminantes, lugares donde quedaban escasas piedras que denotaban que la naturaleza había vuelto a reimplantarse donde alguna vez las colonias humanas habían puesto sus cimientos y nidos contra la intemperie y el desasosiego de ser extranjeros en el mundo creado (por ellos mismos) sobre la Tierra.
Encontró puentes de todo tipo, desde los más rudimentarios hasta ciertas estrafalarias aberraciones arquitectónicas que rozaban el simple mal gusto, pasando por sutiles delicadezas que algunos llamaban puentes y otros simplemente belleza, o poesía. Algunos puentes eran minúsculos, microscópicos; otros eran como carteles luminosos de gigantescas columnas de terabytes. Los había de todas las clases, de todos los tipos, pero el nivel de acceso al que podía llegar desde el pequeño recodo provincial era mínimo, por más buena voluntad que pusiera, por más ganas de caminar que tuviera.
Alguien le comentó, más pronto que tarde, que en las ciudades de arriba, supuestamente más avanzadas, existían corporaciones privadas que estudiaban medios minuciosos de intervenir la Realidad, entre ellos, los puentes. Tomó contacto con el gerente de recursos humanos de uno de aquellos lugares, la Clínica del Trébol, donde, decían los que sabían, se estudiaba, documentaba y fabricaba el futuro, con la aplicación de diversos métodos de sondaje y análisis de lo Real, lo Simbólico y lo Imaginario.
No era una clínica lacaniana, aunque empleaban la terminología del lenguaje del perro para encriptar sus descubrimientos, para procesarlos y posteriormente ponerlos en circulación de manera sesgada, circuncidada, de manera que los consumidores de la información necesariamente tuvieren que realizar algún tipo de transacción, energética o material, a la hora de apropiarse de la experiencia completa que la Clínica del Trébol ofrecía, como mejoramiento de la realidad.
En el año 68 fue aceptado. Viajó con lo puesto hacia la oscuridad civilizada. Lo poco que sabe José de aquellos años se lo debe a Andrés Fava y su diario personal, en el que a veces transcribía de manera solapada las cartas que intercambiaba con su hermano.
Se sabe que consiguió alojamiento en una pensión atendida por inteligencias artificiales a las que maquillaron como dinosaurios. Un artista plástico reconocido había delineado los rasgos reptilianos ancestrales de los velocirraptores a los que injertaron memorias RAM y ROM, así como diversos puertos infrarrojos y la programación de algoritmos, en fin, todo el equipamiento básico para atender a posibles inquilinos.
Rolando le comentaba a Andrés que había leído en algún lugar que un grupo de empresarios chinos había comenzado a implementar este método de atención despersonalizada en cadenas de hospedaje de cuarta categoría, pero que una cosa era leerlo y otra verlo con los propios ojos. Llega incluso a confesar un poco de miedo y sorpresa en un principio, hasta que la costumbre, el hastío de siempre, hicieron lo suyo.
Se acostumbra uno, hermano, decía, a entrar y salir recibiendo como respuesta una serie de chillidos ininteligibles, se acostumbra a la eterna suciedad de cuartos pequeños, asfixiantes, ¿cómo podrían limpiarlo, con esas manitos? Llega a decir que al final resultaba casi un alivio, la discreción y los buenos modales de esos lagartos, en especial en aquellos días en que llegaba tan cansado que apenas si podía arrastrar los pies y se daba como mucho un mutuo intercambio de gruñidos entre inquilino y hospedadores. Solemnes, pero amistosos. A veces, tenían atenciones con él, tal vez también con los demás huéspedes. En las noches de estudio insomne, le acercaban cordialmente hasta la puerta una bandeja con té y galletitas con chispas de chocolate, o una bolsa de tiza, o el agua caliente para tomar el mate.
Andrés nunca supo bien desde donde le escribía, su hermano. A veces creía que andaba por poblados tan esotéricos como Denver o Pittsburg, pero no podía nunca retener los signos. No terminaba de entender tanto resguardo en las epístolas de Rolando, pero siempre lo asumió como parte de la personalidad tormentosa de su hermano mayor, una especie de respeto inquieto lo abordaba entre pensamientos como ése y finalmente terminaba dejando las cosas tal como estaban.
Sí le mencionaba Rolo que había viajado un par de veces a Seattle para presenciar en vivo un programa de radio conocido como KEXP, en el que tocaban extraterrestres aterrizados en los ocho rincones de la Tierra. Que era un gusto que se daba, rateándose de cualquier tipo de estudio, algunas veces hasta del laburo al que él mismo se había apuntado por curiosidad existencial, laburo en el que se desempeñaba como becario sin goce de sueldo bajo las órdenes del dr. H. S. Thompson.
Por supuesto, todos estos ausentes estaban más que bien vistos por el dr. Thompson. De hecho, constantemente se hacía percibir en las cartas de Rolando que eran ausencias instigadas por el mismísimo Hunther S. Thompson, como tareas de campo, le decía Rolo a Andrés, aparentemente el acto de creación de puentes llega a aristas casi insospechadas, hermanito mío, se estudian teorías de Burroughs, análisis decadecimales aleatorios de Ginsberg, las actividades en el campo de la praxis de Kerouac, incluso hay estudios sobre el jornalismo de borrachines a los que dueños de bares como el señor Bukowski pasan lista al abrir y echan a las patadas un par de horas después de cerrar, cuando hay que ir a apoyar la cabeza en una superficie lo más mullida posible o esperar con el libro de actas a los acreedores, o cosas de esa estirpe.
Según Andrés, Rolando Fava siempre estuvo comprometido con el conocimiento, gracias al aporte de la abuela materna, quien les transmitió a ambos el amor por la naturaleza y la emoción por ver el crecimiento de las plantas y los árboles desde la sabia infancia de las semillas albergadas en el centro de la Tierra. Incluso Rolando le dedicaría su tesis de doctorado a la nona Paulina, que le enseñó a ver belleza hasta en una pobre naturaleza muerta.
Durante su desempeño como catador provincial de puentes, concurrió al Instituto Polisémico, donde observaba a los alumnos de Rossi y de Mazzei y presenciaba los actos quirománticos de Mainetti y Christmann, de quienes tomó los principios rectores de la simplificación y estandarización que posteriormente regirían su modo de hacer docencia, métodos con los cuales distribuiría un conocimiento nuevo y contrahegemónico.
Durante su desempeño como catador provincial de puentes, concurrió al Instituto Polisémico, donde observaba a los alumnos de Rossi y de Mazzei y presenciaba los actos quirománticos de Mainetti y Christmann, de quienes tomó los principios rectores de la simplificación y estandarización que posteriormente regirían su modo de hacer docencia, métodos con los cuales distribuiría un conocimiento nuevo y contrahegemónico.
Según llegó a comentar Andrés, poco después él mismo concurrió a formarse en el Instituto junto a su hermano, facilitando que posteriormente ambos pudiesen trabajar en un sector particular de la Fábrica Provincial, desde donde, con sus influjos e impronta particular, trajeron imprescindibles mejoras en la calidad de vida del binomio más pequeño de las células llamadas familia.
Incluso llegaron a facilitar la creación de un minúsculo habitáculo que llegó a funcionar como banco en el pequeño barriado donde funcionaban sus oficinas de la fábrica, un banco cooperativo, de acceso público y universal, donde cada uno ponía y sacaba exactamente lo que necesitaba para circular, al mismo tiempo que se daban charlas y debates públicos de empoderamiento popular.
Rolando estudiaba periódicamente, se mantenía informado mediante las publicaciones de aventuras de fotógrafos en La Plata o las crónicas del Traductor Suicida. Se interesó particularmente por las intervenciones de Lukács, que en ése tiempo volvían en forma de fichas resignificadas por muchachos como Emilio Renzi.
Comenzando a vislumbrar que el estanque le quedaba chico, Mainetti, Albanese y Piazzolla le aconsejaron probar suerte en la Clínica del Trébol, a la que arribó, como dijimos, en Mayo del 68, para desempeñarse como becario a las órdenes del dr. Thompson, concentrando su trabajo en el desarrollo de válvulas para tratar problemas congénitos propios de la formación de túneles, variante subterránea de los puentes, dentro de lo que ya se empezaba a nombrar como Puentes NoConv – que incluía desde canales fluviales hasta circuitos radioeléctricos.
A comienzos del 75, Rolando Fava ya maquinaba la estandarización de sus ideas para la refertilización de sectores enteros afectados a diversos tipos de polución – química, auditiva, aérea-, mediante una técnica de su inventiva a la que llamaba Com.Pa.S., o Intervención de Revascularización Geométrica. Profundizó sus conocimientos en hagiografía, lo que le permitió estudiar con detenimiento la anatomía de ciertos ríos y su relación con la hidratación de diversas parcelas de territorio. Fue el principal trabajo de su carrera, incluso le dio renombre en el jetset de la urbanística posmoderna.
En el 80 regresó a las pampas, sponsoreado por el Instituto De la Clepsidra S.R.L., regenteado por el ya muerto Ramón De la Clepsidra, con el cual trabajó en conjunto durante largos lustros de tiempo. Eran un dueto de trabajo encantador. De la Clepsidra realizaba puntillosos estudios hagiográficos y cartográficos sobre los que posteriormente Fava intervenía reacomodando su geometría. Fava confiaba a tal punto en la mano de Ramón que se comentaba que si la cartografía no era realizada por De la Clepsidra, Fava no ponía manos a la obra. Así lo confirmaban incluso comentarios de tribuna como los de Silvio Marzolini para Ambito Bicicletero.
Alcanzando reconocimiento mundial, en el año 85, a instancias de Ramón De la Clepsidra, y esperando reproducir los costados más luminosos de su experiencia en la Clínica del Trébol, funda la Sociedad Rolando Fava, donde, además de prestar su servicio a la comunidad, se instauró un centro de capacitación para aprendices de puentistas. También, cada bienio se producía un Congreso para Consultantes sobre Tepuens, para los ingenieros, arquitectos o urbanistas de todas las naciones.
En el año 89, cuando un patilludo astronauta lanzaba una campaña de revolución productiva, Rolando inauguraba el Laboratorio Alquímico de Investigación Cuántica, que resultó ser el embrión de lo que casi diez años después sería la Universidad Rolando Fava. Rolando no estaba muy de acuerdo con meter su nombre en todos lados, pero De la Clepsidra ya se lo había hecho notar al inaugurar la Sociedad, su nombre atraía inversores.
En el 92, se creó el Instituto de Puentes y Urbanismo de la Sociedad Rolando Fava, con el lema ‘tecnología de avanzada al servicio del humanismo’, dejando definitivamente el trabajo en el Instituto De la Clepsidra. Trabajaría allí prácticamente hasta su muerte.
Nada de lo que estaba haciendo era gratis. A pesar de estar trabajando a favor del pueblo debía financiar su trabajo. Y la reestructuración de las condiciones de la tierra no era algo que beneficiara a los pocos de siempre, aunque a esos pocos debía de pedirle dinero para arrancar a trabajar. Las cadenas de pago, los cheques diferidos, los pagarés, las distintas argucias financieras fueron ganando terreno en los pensamientos del señor Fava.
Se dio cuenta que su nombre y las buenas intenciones no bastaban. Ni siquiera para que los terceros abonen sus cuentas. Una de las entidades que constituía el núcleo duro de sus clientes habituales, llamada Programa de Avanzada Marítima Internacional, que intentaba el ambicioso plan de unificar mares y océanos mediante túneles y canales, le debía a la Sociedad R.F. una cantidad aproximada de dos millones de dólares verdes.
Rolando Fava no podía cumplir con sus obligaciones, la culpa y el remordimiento lo consumían lentamente. Pero fue peleando, luchando y luchando, galopando contra el viento, hasta que el viento lo cansó. El Programa de Avanzada Marítima Internacional se encontraba terciarizado, intervenido por tiburones que ahora acompañan a Cow, como Gerardo Fernández Helgueta, que venían pateando pagos y otras cuentas pendientes tratando de cerrar los números de sus libros.
Rolando Fava no aguantó más la vergüenza, y tomó una decisión política, para visibilizar la problemática de la Sociedad que él mismo había creado. En el día del cumpleaños de su amigo Ramón, se despidió del mundo. , siete cartas para ser distribuidas.
Rolando, suicidado por la sociedad, desempeñó su papel en el teatro de la crueldad retejiendo las delicadas y sutiles redes por las cuales volvía a circular líquido vital por el sueño de los hombres. Su legado vivirá en los amantes de la naturaleza.
°°°
Escritor invitado. http://elparaisodelasdelicias.blogspot.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario