lunes, 24 de septiembre de 2018




LA ABUELA GRINGA

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No estuvo en la tapa de ningún diario ni revista y nunca salió en televisión, ni siquiera tuvo la posibilidad de terminar de estudiar. Pero tuvo una vida rica, sabia y plena. Llegó a ser feliz. Una vida que fue dura, porqué negarlo. Un tiempo difícil, no solo para ella, sino para miles, ciento de miles como ella, que no se quedaron sentados esperando que pase la vida. Prefirieron hacerse cargo de sus propias vidas, sin esperar dádivas ni favores de los poderosos de turno. Recuerdo que decía -mientras tenga dos manos y salud para trabajar, yo voy a trabajar-  y eso hizo hasta que la artrosis le impidió seguir trabajando, a los 80 y tantos años.

Inmigrante, como muchos gringos que vinieron a hacerse “la América”, allá por la décadas del 20 y 30 del siglo pasado. Vieja sabia como pocas, con esa sabiduría aprendida en la diaria pelea de sobrevivir, haciendo -como decía- lo que se debía hacer para ayudar a su compañero de vida, a conseguir el peso para alimentar y cuidar de sus cinco hijos –uno de los cuales fue mi padre- que lograron lo que ella no pudo; estudiar y terminar la secundaria, y lo que ella valora todavía más, todos ellos son “buena gente”, trabajadores, solidarios, honestos, siempre dispuestos a dar una mano sin esperar nada a cambio.

Pero un día, como a todos nos sucederá, ella partió a integrarse con el cosmos. Pero tuve la gran suerte, de que me viera terminar la Universidad, el primero de sus numerosos nietos que lo lograría. La inmensa felicidad que sintió, fue como una caricia para el Alma.

Y hoy, que hace un tiempo que ya no está junto a nosotros, tengo unas inmensas ganas -como cuando éramos niños en su casa- de tomar sopa de “Vitina” con un huevo batido y decirle al oído “cómo te extraño, Abuela Gringa”

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El excelso ciudadano


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