LA
ABUELA GRINGA
*
No estuvo en la tapa de ningún diario ni
revista y nunca salió en televisión, ni siquiera tuvo la posibilidad de
terminar de estudiar. Pero tuvo una vida rica, sabia y plena. Llegó a ser
feliz. Una vida que fue dura, porqué negarlo. Un tiempo difícil, no solo para
ella, sino para miles, ciento de miles como ella, que no se quedaron sentados
esperando que pase la vida. Prefirieron hacerse cargo de sus propias vidas, sin
esperar dádivas ni favores de los poderosos de turno. Recuerdo que
decía -mientras tenga dos manos y salud para trabajar, yo voy a trabajar- y eso
hizo hasta que la artrosis le impidió seguir trabajando, a los 80 y tantos
años.
Inmigrante, como muchos gringos que vinieron
a hacerse “la América”, allá por la décadas del 20 y 30 del siglo pasado. Vieja
sabia como pocas, con esa sabiduría aprendida en la diaria pelea de sobrevivir,
haciendo -como decía- lo que se debía hacer para ayudar a su compañero de
vida, a conseguir el peso para alimentar y cuidar de sus cinco hijos –uno de
los cuales fue mi padre- que lograron lo que ella no pudo; estudiar y terminar
la secundaria, y lo que ella valora todavía más, todos ellos son “buena gente”,
trabajadores, solidarios, honestos, siempre dispuestos a dar una mano sin
esperar nada a cambio.
Pero un día, como a todos nos sucederá, ella
partió a integrarse con el cosmos. Pero tuve la gran suerte, de que me viera
terminar la Universidad, el primero de sus numerosos nietos que lo lograría. La
inmensa felicidad que sintió, fue como una caricia para el Alma.
Y hoy, que hace un tiempo que ya no está
junto a nosotros, tengo unas inmensas ganas -como cuando éramos niños en su
casa- de tomar sopa de “Vitina” con un huevo batido y decirle al oído “cómo te
extraño, Abuela Gringa”…
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El excelso ciudadano
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